viernes, 17 de septiembre de 2010

LA VOZ AL VIENTO


Yo, que no escribo rimas ni versos ni poesías
me arriesgo a hacer firuletes en esta página
a sabiendas que mañana algún amigo, enemigo,
compadre, suicida, marica, desconocido, muerto,
mal herido o moribundo, tampoco habrá leído mi historial.
Y sin embargo algo resonará en su garganta
tal vez un lamento un dolor o un último suspiro.
O tal vez solo sea su voz al viento, como la mía.

                                                    Jacques Olivant                                                    


miércoles, 1 de septiembre de 2010

Rumbo al cuartito azul

Una las primeras cosas que hacía cuando mi papá estacionaba su Isuzu rojo frente a la casa de mi abuelo en chorrillos era entrar corriendo al patio delantero de la casa é inmediatamente ingresar a la sala o a la cocina, dependiendo la puerta que decidiera elegir, si elegía la de la cocina seguramente sentiría los primeros aromas de una Carapulca o unos fideos en salsa roja, seguido a eso  me encontraría con mi abuela que me recibía con una sonrisa, un beso y una pequeña muestra de lo que estaba cocinando. Si elegía la puerta de la sala entonces me encontraba con las primeras notas de un Tango de Sosa o Gardel o seguramente algunas melodías de Los Panchos o Los Tres Reyes, a continuación veía a mi abuelo sentado como un Rey en su trono sobre el mueble más grande de la casa y mirando a la distancia lo cual daba la impresión de que se encontraba en un terreno elevado y que miraba el horizonte desde su privilegiada posición, de repente ya estaba  frente a él, entre los muebles, los adornos de la sala y el tango en el aire, eso obligaba a una comunicación netamente visual. De pronto mi abuelo rompía el tango con una frase que a su vez nos daría la opción de la comunicación verbal, “HOLA CHINO”  decía mientras yo  avanzaba hacia él y su gesto autoritario se convertía en una sonrisa que pertenece única y exclusivamente a sus nietos. Cuando la distancia ya era mínima mi abuelo se inclinaba, tomaba mis brazos de seis añitos y me daba un beso en la mejilla preguntándome como estaba, bueno realmente no decía eso. “Como anda la mazamorra” decía al recuperar su posición original. Yo nunca le respondí que estaba mal, porque no lo estaba.
Después de los saludos  siempre entraba a revisar toda la casa y a buscar a mis primos y mis tíos para finalmente apoderarme, en mi imaginación, de dicho inmueble. Los cuartos, el patio trasero, la sala, la cocina, el patio delantero, el jardín, hasta el pasadizo que comunicaba la sala con la parte trasera de la casa. Todo tenía que ser mío.
El corazón de la casa, digamos el centro de la casa, era el pequeño estudio que mi abuelo tenía y en el que guardaba las cosas más curiosas que un niño de seis años con mis gustos podía querer, desde microscopios pasando por una bola de cristal mágica que adivinaba el futuro, bueno eso era lo que nos decía mi abuela, entre otras cosas. También guardaba un sin número de herramientas  de las cuales la caladora era mi preferida pero a la vez intocable para mí, por su alta peligrosidad, esto hacia que aquel cuarto sea prohibido para todos los nietos menores, a menos que entraran con mi abuelo para realizar algún proyecto o alguna idea que se le ocurriera, podría decirse que la casa se construyó desde ese cuartito, de ahí salieron la mayoría de los artículos que se usaban en la casa, contando los adornos. Éste pequeño refugio de 3x3 que sería el escondite ideal de un niño, y porque no de un adulto, estaba prohibido para nosotros, ese cuarto que guardaba guitarras nuevas y antiguas  que tenia pinturas muy bonitas colgadas en las paredes donde se guardaban reliquias muy curiosas y muy antiguas y que tenía un pequeño librero entre los que estaban un ejemplar que te enseñaba a hacer trucos de magia y una colección de libros de Charlie Brown todo esto iluminado por el sol que se convertía en colores cuando pasaba por el techo de vidrio tipo catedral y en el cual un niño de seis años podía quedarse mirando horas, ese cuartito con paredes y puertas azules era el estudio en el que mi abuelo guardaba sus cosas, era El Cuartito Azul.     
Hace algunos años El Cuartito Azul fue derrumbado por completo para ampliar la sala de la casa con la fortuna que para ese entonces yo ya tenía 22 años y pude soportarlo mejor que un niño de seis, solo miré el espacio vacío y callé, aunque no dolió me sentí extraño. Ahora cuando llego a casa de mi abuelo y me estaciono frente a la puerta entro, a paso lento, y busco a mis abuelos y al Cuartito Azul, que ya no está, en su lugar hay un comedor  que es la continuación de la sala pero siempre, al ingresar a casa, paso por ese lugar y vienen a mi mente todo los inventos que hicimos juntos, lo que aprendí ahí dentro, revive ese deseo de querer curiosear en EL CUARTITO AZUL.  

                                                                                                           Jacques Olivant